Elena Caffarena constituyó un modelo emblemático de las líderes feministas que hubo en esa época. Nació en Iquique, en 1903, en una familia de inmigrantes italianos que se trasladó a Santiago en la década de 1920. Caffarena se destacó tempranamente por sus dotes intelectuales, siendo una de las pocas abogadas que ejercían en el país en la década de 1930.
Desde su época como estudiante universitaria afiliada a la FECH, manifestó interés por la condición social, laboral y política de las mujeres. Su primera oportunidad para dar cuenta de aquellas preocupaciones fue a través de la labor realizada como inspectora del trabajo femenino, junto a Elvira Santa Cruz Ossa, en la Oficina del Trabajo durante la década de 1920. Notables son sus proposiciones publicadas respecto a las características del trabajo a domicilio que ejercían cientos de mujeres urbanas de la época.

Luego de permanecer en Europa entre 1926 y 1929, regresó a Chile y contrajo matrimonio con Jorge Jiles, activo militante del Partido Comunista y su hogar se convirtió en un lugar de reunión de políticos e intelectuales. En la década de 1930 participó activamente de la reorganización de la Asociación de Mujeres Universitarias liderada por Amanda Labarca y Ernestina Pérez y fue nombrada directora del Consejo de Defensa Nacional del Niño por el Presidente Pedro Aguirre Cerda. No obstante, fue la fundación del MEMCH en 1935 la tarea en que comprometió con mayor energía su vocación de líder feminista. Se convirtió en la Secretaria General del movimiento entre 1935 y 1940, y después de esos años, mantuvo relaciones estrechas con la directiva entrante. Sin embargo, fueron conocidas sus diferencias con aquella dirigencia pues para Caffarena era primordial privilegiar la lucha feminista por sobre las tendencias políticas que convivían al interior del movimiento. Sus mayores esfuerzos, tanto desde su labor en el MEMCH como a través de los textos que escribió, apuntaban a ampliar las opciones de las mujeres limitadas casi exclusivamente, hasta entonces, al destino de la maternidad y el cuidado del hogar familiar.

A ella le debemos las chilenas la posibilidad de votar y elegir a nuestros gobernantes. Abogada y política, fundó el Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile, en 1935, y fue gestora de la ley que permitió el sufragio femenino en todas las elecciones del país, promulgada en 1949. Polémica y criticada por los sectores más conservadores de la época, luchó fervientemente por la defensa de los derechos jurídicos de sus congéneres. Falleció pocos meses después de haber alcanzado los cien años de edad.

¿Cómo te presentas?
Me convertí en luchadora social porque me identifico con mis hermanas, las mujeres. Y sobre todo, porque creo en la justicia.
¿Qué te impacta?
A mí me tocaron los días en que no teníamos derechos ciudadanos: no debíamos opinar en política, ni administrar nuestros bienes, ni era bien visto que pensáramos demasiado. Y si se trataba de una mujer pobre, peor… En ese tiempo, y hasta hoy de cierto modo, resultaba muy obsceno hablar de emancipación. ¿Qué querían estas mujeres deschavetadas?, ¿buscaban un verdadero libertinaje? Ningún partido tenía mucho interés en aprobar el voto político para las mujeres, porque la respuesta electoral femenina era una incógnita. Ampliar la democracia resultaba riesgoso. Y a las que lo proponíamos se nos tildó de revoltosas.

¿Qué te moviliza?
Nuestro objetivo no terminaba en obtener el derecho a concurrir a un acto electoral y manifestar una preferencia. Era también el derecho a ser candidatas, a ser elegidas, a expresar directamente las necesidades de las mujeres, y ampliar la base de la democracia en Chile que estaba reducida, por lo menos, a la mitad.

¿Qué te desconcierta o descoloca?
Cuando se aprobó el voto femenino se hizo un acto solemne y publicitado, al que asistieron el presidente de la República, Gabriel González Videla, su señora, sus ministros, muchas personalidades, gente muy importante toda. Pero las miles de mujeres que habíamos propuesto la promulgación de esa ley y que habíamos luchado dos décadas por ella, no fuimos invitadas. Celebramos cada una en su casa, con nuestros hijos y nuestros maridos, trabajando como todos los días y soñando con un futuro más justo… Pocos días después, González Videla canceló mi inscripción en los registros electorales, porque yo defendía, en mi calidad de abogada, a cuarenta mujeres y sus más de cien hijos menores de edad que estaban prisioneros en el campo de concentración de Pisagua. Su único delito –el de las madres– era pensar distinto que el primer mandatario. Fui acusada entonces de comunista, de agitadora, de cabecilla de una revuelta… y me proscribieron.

¿Qué herramientas crees que tenemos las mujeres para transformar la sociedad?Sería un desatino no reconocer que hemos avanzado en esta batalla. Pero el riesgo de convertir en monumento a las mujeres que participamos en esta etapa, es creer, equivocadamente, que la tarea está concluida. En las casas y en las calles hay mujeres bastante más interesantes que yo, que están luchando todos los días y que tienen mucho que decir, de aquí para adelante.

Frases extraídas del texto “Mi abuela cumple cien años”

Vía Mujer Impacta/Memoria Chilena